subliminal2005

“Una nueva superheroína surca los cielos de nuestra ciudad”

“¡Maldita sea Ángeles!. Otro domingo que tendré que irme al partido sin terminar la comida, ya sabes que no soporto ir con el estómago vacío.”
Hasta hace poco, la vida de Ángeles y su marido Jose transcurría entre el orden y la monotonía, algo que, sobre todo a él, les hacía sentirse bien.
Esta forma de vida rítmica se traducía en una constante repetición de gestos, casi de rituales diarios, de horarios y costumbres que, llegado el fin de semana se resolvía de manera fácil, uno en casa de tus padres, otro en casa de los míos.
Los acontecimientos se precipitaron por un cúmulo de circunstancias, coincidencias azarosas e inevitables que desembocarían en una nueva situación.
Desde muy pequeña, Ángeles siempre se afanó en las labores relacionadas con la costura, se divertía cosiendo vestidos para sus muñecas y para ella, bordaba mantelerías a punto de cruz, acometía los arreglos de las prendas que le permitían renovar el vestuario de una temporada para otra, tejía en lana, incluso llegó a iniciarse en los bolillos.
Le supuso un enorme esfuerzo ahorrar hasta reunir en dinero suficiente, al que sus padres añadieron una pequeña cantidad que le faltaba, para adquirir su primera máquina de coser eléctrica, objeto de deseo y envidia de todas las vecinas. Con ella lo primero que confeccionó fue una funda para cubrirla rematada en un volante.
Al principio realizaba labores delicadas por miedo sobre todo a estropear los engranajes del mecanismo, aunque poco a poco perdería esa inquietud para acometer todo tipo de ideas, llegando a hacer las tapicerías de los sillones y el sofá compañeros.
Estos materiales suponían un reto para las delicadas agujas y era común que alguna que otra se partiese. Ante estos percances, Ángeles siempre guardaba varios repuestos, era superior a ella dejar una labor a medio acabar.
Como una cenicienta contemporánea, el cambio de una aguja rota sería la causante de una metamorfosis repentina, producto de la combinación del acero alemán y los componentes químicos de la tela con la que se hacía un camisón para sorprender a Jose.
Fatalmente la esquirla atravesó su delicada piel y la tornó en una nueva mujer.
Desde ese día se apuntó a un gimnasio que le hizo adquirir una nueva anatomía de brazos fuertes y robustos con los que solucionar sus nuevos objetivos, a ello también contribuyeron las tardes pasadas con sus amigas en el taller de manualidades que otorgaron a sus manos una agilidad poco normal. Creó nuevas rutinas como visitar a diario toda una serie de tiendas de retales y telas al peso para proveerse del material necesario para crear su nueva vestimenta, acorde con su nueva condición.
Abandonó poco a poco sus labores domésticas y sus amistades de toda la vida, cultivando relaciones renovadas con personajes enmascarados, luchadores, boxeadores, tipos que practicaban el camuflaje para pasar desapercibidos, nuevas amistades de gustos eróticos más que dudosos, sospechosos al menos, amantes todos ellos de la fuerza y la voluptuosidad.
A José, mientras tanto, todo aquello le desquiciaba, el hogar fue acumulando restos como si el tiempo se hubiese detenido, la ropa descansaba esparcida entre el cesto de la colada y el de la plancha y las comidas rara vez estaban a su hora de costumbre, de todas formas tuvo que aceptarlo, son el precio de estar casado con una superheroína.
A todo esto, la madre de Ángeles seguía en sus trece y cejaba en el empeño de aconsejarle que abandonase esta actitud, para ella carecía de sentido y sería mucho más respetable, por aquello de qué dirán, que abriese una academia de corte y confección en el pueblo, que se olvidase de esas compañías poco recomendables y, sobre todo, renunciase a la práctica de encaramarse por las azoteas de la ciudad”.